En noviembre pasado participé de un seminario sobre “el estado del arte de la criminología crítica en América Latina”. Gratamente sorprendido por la producción principalmente de gente nueva y joven. Se evidencia el resurgir de los estudios criminológicos en general en América Latina.
No me extraña. Entiendo el proceso argentino, porque como en el fútbol ellos tienen excelentes estudiosos que han incursionado en la criminología crítica, en un giro desde el derecho penal. Recordemos a Carlitos Elbert que hasta organizó un evento latinoamericano a finales del siglo pasado para encarar el futuro de la criminología: visionario. Aunque considero que el gran incentivo lo ha hecho Raúl Zaffaroni, al sentir que el derecho penal no es suficiente y de allí inicia un giro extraordinario hacia la criminología. Claro, cuando se tiene a un Maradona y/o Messi, genera una incidencia o motivación extraordinaria, sobre todo en las nuevas generaciones.
Lo más sorprendente es Brasil, que sin tener un Pelé en la criminología crítica, sin menospreciar a todos aquellos que desde los años 90 hicieron esfuerzos para abrir espacios, como lo hizo mi profesor Nilo Baptista o mi amiga Eliana Junqueira, hoy tienen para muchas selecciones de excelentes criminólogos, gracias a los exuberantes recursos universitarios para realizar investigaciones.
Sin que signifique crítica, aunque por ser críticos per se no podemos eludirla, creo que me quedé con un amarguito al final; como cuando se chupa lima y se la disfruta intensamente, pero queda un saborsingo al final. Y lo intento comprender, aunque no lo comparto. Fueron muy pocos jóvenes criminólogos críticos que reconocieron el pasado de pioneros que surgieron entre finales de los años 60 y principalmente en los 70, generando una meca de la crítica desde Venezuela para América Latina. Recordemos a dos grandes que ahora ya no están con vida: Rosa del Olmo y Lola Aniyar de Castro. Bolivia tuvo el privilegio de tenerlas en variadas ocasiones. A ambas las pude exprimir académicamente, desde mediados de los 80.
En Bolivia, cuando conocí personalmente a Idón Chivi (profesor de criminología en la UTO) en 1992 para el encuentro de los Grupos latinoamericanos de Criminología Crítica y Comparada que organicé en Santa Cruz (a las cuales asistieron Alessandro Barata, Lola Aniyar, Thamara Santos, entre otros), Idón apareció con mis primeros tres libros (Delincuencia privilegiada, Granja de espejos y Reflexiones criminológicas y penales) para que los firme: nació una extraordinaria amistad.
¿Qué pasó con esa generación de criminólogos críticos que anualmente nos reuníamos en diferentes países? Lolita fue elegida primero senadora (la recuerdo en campaña y siendo mi guía de tesis, discutimos su contenido en varias ocasiones antes de iniciarse el mitin electoral), y luego gobernadora del Zulia y después embajadora ante la Unesco; Nilo Baptista también entró en la arena política en Río de Janeiro; también podríamos mencionar otros. Creo que ellos motivaron a que muchos entremos a la arena política. ¿Y cómo no hacerlo si había un fuerte compromiso con esa realidad que se pretendía desentrañar y modificar?
En el tiempo que estuve de diputado, conversé muchas veces con Idón. Ahora no está más. Ambos dejamos la criminología por la política activa.
Massimo Sozzo, a quien le planteé la idea de que la política alejó, a finales del siglo pasado, a los grandes de la criminología crítica, me dijo “el día solo tiene 24 horas”: no se puede hacer más. En conversaciones personales con Lolita, a comienzos de este siglo, me mostró un dejo a frustración y, desde hace un quinquenio que retomé la criminología, comparto plenamente ese sinsabor.
Claro, hay excepciones. Raúl Zaffaroni tiene la gran capacidad de generarse autocrítica y encaminarse hacia la criminología crítica y seguir en la vida institucional vinculada al derecho penal: genialidad propia de Maradona.
Alejandro Colanzi es criminólogo y nonnino de Valentina.